El Monasterio del Escorial. Estancias, pinturas y esculturas
La práctica que nos ocupa aborda
una serie de textos de diferentes autores que hablan sobre el Monasterio de El
Escorial mandado construir por Felipe II en el año 1563 y a cargo de Juan
Bautista de Toledo y posteriormente de Juan de Herrera. Este monasterio
encomendado a los mojes jerónimos, se levanta pensado como residencia de la
realeza y como enterramiento para el padre de Felipe II, Carlos V, que antes de
morir cambia su testamento y pide ser enterrado en un edificio de planta ex
novo, en lugar de en Granada con sus padres y abuelos.
El edificio está construido en
una sobria arquitectura renacentista, y tiene una gran unidad entre sus partes.
De las que más se habla en el texto son la Biblioteca, de la que nos hablará
Rosa López Torrijos, el Palacio de Felipe II, la Basílica, el Convento, con
pinturas de Cambiaso y Tibaldi o la Sala de las Batallas. Este monasterio era
considerado ante todo como residencia del monarca, aunque según dice Juan
Fernández Herrero, Felipe II nunca vivió allí largas temporadas. La residencia
monarcal está claramente diferenciada en tres partes según el autor de este
artículo: tenemos la que se podría llamar “el palacio público”, el “palacio privado”
y por último, “el palacio íntimo” que comprendía las habitaciones del rey y la
reina flanqueando el altar mayor.
El primer artículo es el del
profesor Fernando Collar, en el que se trata todo el tema de la iconografía de
santos que podemos ver representada en el monasterio en gran multitud de
cuadros encargados para decorarlo, y que nos relatan la gran devoción cristiana
que devino en el rey a lo largo de los años. De esta devoción, hablará Alfonso
Rodríguez G. de Ceballos en su artículo “Felipe II y la pintura: entre la
piedad y la profanidad”.
A día de hoy podemos ver treinta
y seis altares con decoración pictórica de santos, la mayoría emparejados y a
tamaño natural con una clara intencionalidad de verosimilitud y de la
plasmación del ideal cristiano. Los santos están distribuidos siguiendo un
orden iconográfico concreto, por ejemplo “Los
altares situados en el tramo del testero, en el extremo oriental de las naves,
se dedican a los apóstoles y evangelistas especialmente cercanos a la Pasión de
Cristo y a la institución de la Eucaristía.”[1]
Collar pasa a desarrollar ahora
el tema de las autorías de los cuadros que como ya veremos, es de gran
complejidad ya que fueron llamados a la corte gran número de artistas para
realizar dichos cuadros. El más importante, o el que más agradaba a Felipe II
era sin duda Juan Fernández de
Navarrete “el Mudo”, cuya maestría no pasó desapercibida. A él se le encargaron
los treinta y dos lienzos de santos para los altares, y en el año 1579 se le
encarga la realización de las pinturas del retablo mayor. Sin embargo, dada su
frágil salud que le llevaría a la muerte tres meses después, no pudo finalizar
el proyecto. Esto produjo el primer cambio de planes, pero en vez de elegirse
sólo un artista, se abrió un amplio abanico de posibilidades que contaba sobre
todo con artistas traídos de Italia dado que Felipe II era un gran amante de la
pintura italiana del renacimiento. Sin embargo también encontramos pintores de
la cantera española que se encargaron sobre todo de las pinturas de parejas de
santos de un sentido estrictamente devocional.
Según Collar, el primer artista llamado fue el Greco, y que en el año
1580 ya estaba listo para ponerse a realizar la obra encomendada. Sin embargo,
parece que a su vez también Carvajal, Coello y Diego de Urbina estaban
trabajando en una serie de retratos de parejas de santos. Cuando el griego
fracasó con su “Martirio de San Mauricio
y la legión tebana”, se empieza a buscar a otra persona que lleve a cabo el
proyecto. El primero fue quizás Luca Cambiaso al que se unió Cicinnato, pero
ninguno de los dos satisfizo al monarca plenamente.
Sustituyendo a Luqueto, que se encargaba de la bóveda del coro, y que
murió en 1585, llegó, venido de Italia Federico Zuccaro, que era un artista
afamado y que se ocupará de las pinturas del retablo mayor, pero cuya estancia
será efímera por no ser del agrado del rey y por su difícil carácter. Otro
artista venido de raíces romanas y formación renacentista, será Pellegrino
Tibaldi, quien se encarga de las pinturas de los frescos del sagrario y los del
claustro de la Biblioteca.
Esta biblioteca maravillosa se encuentra insertada dentro del conjunto
palaciego, conventual y colegial. Es bien sabido, que esta Biblioteca era una
pieza clave en la organización de Felipe II y en lo que constituía su obra
magna. Las librerías estaban diseñadas ex profeso por Juan de Herrera. Esta
sala estaba dividida en tres partes: la primera contenía libros antiguos de la
Biblia, la segunda tenía materias referentes a la cosmografía, astrología o
matemáticas y la tercera estaba dedicada a papeles secretos concernientes al
Estado y la Casa Real.
La bóveda que la cubre está dividida en 7 partes separadas y dedicadas a
cada una de las artes liberales presididas por la Filosofía y la Teología.
Rodríguez G. de Ceballos, nos habla en su texto “Felipe II y la
escultura: el retrato de busto, la medalla y la escultura” de la única de las
artes que parece ser que el monarca no apreció completamente, ya que casi todas
las obras que poseía de escultura, se encontraban guardas en el almacén del
palacio y no se prestó mucha atención a ellas. Ceballos razona sobre el porqué
de este poco interés o de la apariencia de tal.
Por una parte están los encargos en bronce hechos al broncista Leone
Leoni que se piensa que estaban destinados a decorar el sepulcro de Carlos
V siguiendo el recedente de su abuelo
Maximiliano I.
¿Entonces -reflexiona Ceballos- porqué no dio salida a estas obras ni
mencionó en su testamento dónde debían ir colocadas? Seguramente por su
lentitud para tomar esta clase de decisiones y por los problemas de gobierno
que le surgieron. Además este rey era una persona de gran modestia que no veía
la dignidad de hacerse erigir estatuas o monumentos por el hecho de ver esta
acción como algo profano. Sin embargo, las estatuas funerarias, sí que existen.
Bien, esto es porque dichas estatuas contenían una condición semireligiosa por
encontrarse en las tumbas en el sagrado de la iglesia. Y por ello ahí sí que
encontramos un sendo bloque estatuario, si bien es cierto que en sus comienzos,
y como supiera Felipe II que no llegaría a ver terminada la obra, mandó colocar
unos moldes de escayola en el lugar en el que debían ir los originales.
Otra de las razones es que este monarca nunca tuvo la pasión de sus
coetáneos en adquirir obras escultóricas de los descubrimientos arqueológicos
del momento, y la gran mayoría de sus esculturas eran regalos, por lo que el
valor de dichas obras no era muy elevado.
Este autor, también habla de la dualidad del rey Felipe II a lo largo de
su vida, que se verá reflejada en su cambio de gusto por un arte y otro. Es
decir, el cambio que sufre en su vida y que se verá reflejado, por ejemplo en su
propia forma de retratarse. Primeramente siendo un joven fogoso y que viajaba
viendo las maravillas del mundo y enamorado del arte renacentista, y tras años
de enviudamientos, la gota y los problemas del Estado, su reclusión en el
Escorial y su vida ascética.
Dice Ceballos que Felipe, tenía una gran pasión por el arte flamenco y
por otro lado por el renacentista, esto le venía por sus familias, por una
parte Isabel la Católica, era profundamente amante del arte flamenco con
pintores de cámara como Juan de Flandes y por el otro, de su tía María de
Hungría y de su padre heredó el amor por la pintura italiana, más concretamente
la veneciana de Tiziano, que sería el pintor favorito de su padre. De este
pintor también será acérrimo mecenas Felipe II, encargándole gran cantidad de
cuadros, como por ejemplo “Cristo con la cruz a cuestas camino del Calvario”
que adornaba el oratorio privado del monarca en el Escorial.
Tras la muerte de su esposa Ana, la última de sus mujeres, entra en un
estado de melancolía y ascetismo desechando ya el tema profano en las pinturas
para quedarse sólo con el piadoso y aquel que excitase su devoción.
Es menester, sin embargo, mencionar que así como el rey era adepto a las
pinturas religiosas, también tenía en su poder una serie de poesías de carácter profano y erótico
que provenían del artista Correggio y que fueron encargadas por Federico II de
Gonzaga en un momento en el que este gozaba de los favores de una mujer. Sin
embargo, tras el abandono de ésta, pierde interés en las pinturillas y se las
regala al joven rey como regalo de bodas con María Manuela de Portugal.
Tras la muerte de María Manuela, contrae matrimonio con María Tudor, y no
es casual que durante su estancia en Inglaterra, Tiziano le enviara una serie
de poesías que hablaban de temas
escabrosos en clave mitológica.
Otra sala que debemos tener en cuenta a nivel pictórico es la de la sala
de las Batallas. Se trara de una galería larga situada sobre la arquería del
flanco sur del patio principal del palacio. Esta sala será considerada de gran
importancia como revelan las pinturas que hay en ella, representa la
espectacular escena de la Batalla de Higeruela sobre el muro sur de la galería.
Con una pincelada casi hiperrealista que simula un tapiz. Esta galería está
inspirada en los modelos inglés e italiano que en esta época estaban muy de
moda. La decoración interior está poco amueblada para permitir prestar atención
a la decoración mural. Esta moda alcanzará su punto culminante en el siglo XVI,
y eran utilizadas para el ejercicio físico a pesar de las inclemencias del
tiempo. La del Escorial fue diseñada en pleno auge de las galerías, y si bien
es cierto que posee algún factor de imitación, el afán competitivo no estaba en
juego ya que se trata de una galería modesta. Des de la sala se domina
visualmente el patio de coches, y su decoración revela el gusto del rey, que en
oposición a los modelos francés e inglés, crea para la bóveda el estilo
grutesco para estimular la imaginación del visitante.
M. Rueda
[1] Arte y
rigor religioso. Españoles e italianos en el ornato de los retablos del
Escorial. (Altares comunes y altares de reliquias) Collar de Cáceres, Fernando
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