La semana
pasada estuvimos visitando la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, lo
cierto es que no es uno de mis museos favoritos de Madrid, pero me sentí
especialmente impactada después de ver una vez más la Primavera de Arcimboldo (1573).
Es el único cuadro de este artista tan peculiar que tenemos en España.
A raíz de
ver este cuadro, me vino a la mente la historia de las Cámaras de las
Maravillas, o Wünderkammer según la terminología germánica.
En un
principio, en las colecciones principescas habrá Cámaras dedicadas al
artificialia, al arte, las Kunstkammer.
Las Wünderkammer se dedican a las maravillas de la naturaleza aunque fue finalmente este último
término el que acabó englobándolo todo.
Van a convertirse en microcosmos repleto de especímenes de
todo tipo que ayudan al hombre a entender el mundo que le rodea. Suelen ser
gabinetes atiborrados de objetos donde conviven lo artificial y natural y donde
hay un principio básico, el principio de excepcionalidad. Podemos encontrar seres anómalos,
accidentes de la naturaleza, formas fantásticas, sucesos insólitos en general y
que llamen la atención, y que se buscan porque nos ayudan a conocer ese otro
lado desconocido, esa otra cara de la moneda del universo.
Conviven lo científico y lo pre-científico, la ciencia y pseudociencia, astrología y astronomía, etc.
Tienen un sentido de conocimiento, en estas cámaras de las maravillas el
coleccionista reflexiona ante ellas sobre la naturaleza, se pretende crear
colecciones enciclopédicas, casi bibliotecas no formadas por libros sino por
objetos, como si paseáramos por el conocimiento.
No es una época atea
porque para muchos príncipes esta Cámara es un compendio de la creación divina.
Estas Cámaras son una reflexión enciclopédica sobre el poder creador. Cultura
de la curiosidad que da lugar a estas cámaras, casi todas las que tenemos
información son del siglo XVII, apenas queda nada del siglo XVI.
La organización de estos
microcosmos estaba regida por el deseo de sistematizar y ordenar para poder
estudiar. Normalmente había siempre estantes, baúles, cajas, armarios…
Muchos de ellos tienen compartimentos
secretos por esa relación con el misterio, el juego, lo extraño... No
solamente se limitaban a poner armarios, todo se llenaba de especímenes,
objetos raros, no les importaba llenar los techos con animales extraños
disecados (por ejemplo, los cocodrilos les llamaban mucho la atención).
Me parece un ejemplo especialmente
interesante el del Archiduque Fernando II del Tirol, creador del museo
Ferdinandeum. Los príncipes europeos estaban todos muy conectados (relación
entre casas reales), se intercambiaban
cosas y tenían una mentalidad muy parecida, además incluso eran familia en algunas ocasiones.
El archiduque Fernando del Tirol era sobrino de Carlos V, primo de Felipe II,
cuñado de Alberto V de Baviera y sobrino también de Rodolfo II de Praga. Estaban también emparentados mentalmente porque todos ellos eran príncipes manieristas.
Era un hombre enamorado de lo que
coleccionaba, conocemos que le gustaban mucho las armaduras, por ejemplo.
Era tan grande su colección que tuvo que
buscar un emplazamiento en el conjunto
Recinto de Ambras en medio del bosque, de la naturaleza, que Fernando I (su
padre) le regaló. Decidió que lo destinaría a palacio de verano y para sus
colecciones. Se convertirá en el Museo Ferdinandeum
El primer elemento importante que vamos a
encontrar es la Rüstkammer compuesta por armas muy ricas, muy bien elaboradas.
Por ejemplo en su interior podemos ver las armas
y armaduras dispuestas simulando un torneo. Como curiosidad mencionar que
también está la armadura de Felipe II en su segunda boda.
En cuanto a la Wunderkammer propiamente dicha, está situada en un edificio que fue un
antiguo granero. Para mi, la parte más interesante dentro de esta cámara
de las maravillas es la Galería de
retratos y de objetos raros. Allí se podían encontrar algunos retratos raros, alegóricos (como los de Arcimboldo), pinturas grotescas, y cuadros que representan algo extraño, maravilloso, que despierte la curiosidad, de carácter científico, como el caso del Noble Gregor Baci (abajo a la derecha), con una lanza atravesándole el ojo (la curiosidad en este caso está en que no murió), o el retrato de Vlad IV Tzepesch (abajo a la izquierda), hijo del Conde Drácula (famoso por ser muy feroz), y demás retratos de personajes extraños o deformes. También hay animales disecados por
todas partes, en las paredes, en el techo, etc.
Esta colección pasó muchas vicisitudes
cuando murió Fernando II del Tirol. La hereda en primer lugar su hijo mayor
Carlos, pero sus gustos no tenían nada que ver, por lo que comenzó a empeorar,
además Carlos no tuvo descendientes legítimos y en un momento dado vendió
la colección al estado por 170.000 florines, desde entonces pasó a ser
estatal y no de la familia. La única condición que estableció para su venta fue
que permaneciera donde su padre lo había colocado.
El recinto comenzó a abandonarse,
empezó a tener importancia Viena, y la decadencia de Ambras fue inminente, la biblioteca
se la llevó el rey Leopoldo, pero las colecciones artísticas se quedaron en
Ambras a su suerte, el castillo quedó abandonado, las colecciones
cogieron polvo, ratas, maleza. A principios del XVIII estuvieron a punto de ser
robadas por invasores bávaros y franceses. Se salvaron porque los campesinos y
lugareños sentían como suyo aquello y lo evitaron destruyendo las embarcaciones
y no pudieron cargar el motín.
En el 1806, llegó Francisco I y estableció que todo eso era patrimonio y que había
que recuperarlo como bien del estado austriaco. Siguiendo sus instrucciones se
trasladó a Viena para ser restaurado.
En 1850, con
todo el tema de la restauración el gobierno austriaco consiguió que parte de
la obra se quedara en Viena. Por eso se encuentra parte de la
colección de Fernando II en Viena.
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