miércoles, 22 de octubre de 2014

El cambio de pensamiento desde el Renacimiento al siglo XVIII. El surgimiento de la Razón.



Los cambios sustanciales que se producen en el siglo XVIII comienzan a fraguarse en los siglos en los que se produce un cambio de pensamiento en la humanidad que se sitúa frente al mundo desde su propio yo. Nos estamos refiriendo por supuesto, al Renacimiento.

El cambio que se establece en este período tiene sus bases en, por un lado la permutación de la Imago Mundi, con los descubrimientos geográficos y astronómicos,  que sitúan al hombre frente a un universo ilimitado; y por el otro, la auto-posición del mismo como centro de todo ello. A pesar de esto, la Naturaleza seguía siendo concebida de una forma neoplátonica, sobre todo en los círculos más humanistas, y de esta manera era tratada, como si de  una entidad viva se tratase, la cual “de acuerdo con esta visión del principio vital  actuaba organizadoramente en el seno de la materia según una finalidad inmanente”[1].

En los años posteriores, todo lo que en el Renacimiento ha tenido lugar, se va acentuando, de manera que finalmente el hombre deja de ver a la Naturaleza como parte integrante de sí e implantando ese giro del que hablábamos, comienza a mirarse a sí mismo, y desde sí mismo, a la Naturaleza. Esto, supuso el inicio de lo que siglos después Argullol llamaría  el problema de “la Naturaleza inanimada[2], en el que el hombre se queda completamente enfrentado a Ella y no se siente parte de su crecimiento y evolución.

Este concepto resume perfectamente todo el pensamiento  científico de nuestra era, en el que la Naturaleza y el mundo son vistos como  algo inerte y carente de ánima o movimiento autónomo, a excepción, claro está, de nosotros mismos.
Este cambio, esta manifestación de la yoidad humana,  se produce en ese período donde el ser humano dice “yo soy”  y la Naturaleza queda antes sus ojos de forma tan ajena, que puede estudiarla y surgen aquí como representación de esto las obras paisajísticas que tratan la profundidad de campo, y se instaura la pasión por la perspectiva y la ciencia, que asimila y analiza los fenómenos que rodean al hombre:
       
  La perspectiva hace del ojo el centro del mundo visible. Todo converge hacia el ojo como si este fuera el punto de fuga infinito. El mundo visibles está ordenado en función del espectador, del mismo modo que en otro tiempo se pensó el universo ordenado en función de Dios.[3]

Aparecen los descubrimientos científicos como el heliocentrismo copernicano, que aunque no lograron en ningún caso corregir del todo los errores de la concepción ptolemaica geocéntrica, dieron el pie para que años más tarde Tycho Brahe ajustara las mediciones y que Johannes Kepler ya en el siglo XVII, al utilizarlas lograra por fin comprender el movimiento de las esferas planetarias en torno al sol.

Tras el Renacimiento, y a caballo entre los siglos XVI y XVII, encontramos otro de los grandes sucesos históricos que en gran parte devienen y son deudores del cambio producido en época renacentista. Nos referimos a lo que se ha venido a llamar la Revolución Científica. En ella, confluyen los pensamientos renacentistas pudiendo establecerse este siglo, como una bisagra entre la época anterior y el siglo XVIII. A este momento pertenecerán Kepler, Galileo Galilei e Isaac Newton.

En el transcurso del siglo XVII, así mismo, veremos cómo se van asentando principalmente dos formas de pensamiento: una será el racionalismo, que basa toda su corriente en el ámbito del conocimiento cuantitativo, matemático y exacto. El racionalismo tiene como fundamento un sujeto consciente de sí mismo cuyo pensamiento va a participar de algún modo del plano divino y de esta manera continúa la creación[4]. El racionalismo nace durante el siglo XVII, se desarrolla a lo largo del siglo XVIII y su máxima expresión la encontramos en ese momento decisivo en la historia de Occidente que es la Ilustración.

Esta forma de pensar se va a ver sostenido por la concepción matemática del mundo galileana, y gracias a ello, está convencido de poder explicar todo lo que le rodea. Como consecuencia las antiguas Alquimia y Astrología se convierten en Química y Astronomía, eliminando así cualquier vestigio de todo aquello que no esté regido por el orden de la razón material.

La segunda corriente imperante en estos momentos y que será decisiva para el devenir de Occidente, será el empirismo inglés de Locke, que busca las raíces de lo cognoscible en la experiencia misma del fenómeno. Todo el conocimiento que podemos extraer sobre ese fenómeno, se reduce a la experiencia. Lo que sabemos del mundo se basa en aquello que podemos comprobar a través de los sentidos.

El pensar pues, se ve regido por una ciencia empírica y matemática que lo van convirtiendo en un algo cada vez más abstracto y por tanto únicamente intelectual. Se va a ver convertido en el modo único y válido de acercamiento y conocimiento de la realidad. Se produce pues, un giro que se puede ejemplificar de la siguiente manera: lo que en la Edad Media se pensaba en términos de Providencia, se ve poco a poco convertido en la fe en la Razón humana. Se sustituye a Dios por la Razón y se traslada al lugar antes ocupado por lo divino, la propia razón humana.

La crítica  al pensamiento aristotélico que se produce en la filosofía, finaliza en la sustitución de éste por un pensamiento platónico que a su vez se ve, de alguna forma reducido a una mera comprensión del mundo a través de la geometrización de sus formas.  Esta crítica se va a producir sobre todo de mano de dos autores: Galileo y Bacon.

Para Galileo el mundo se puede comprender sólo de forma matemático-algebraica, dado que es la única manera en la que se pueden organizar las formas sensibles que percibimos. La comprensión del mundo en Galileo, está constituido por la matemática, y sólo a través de ella podemos llegar a comprenderlo. Du Bois-Raymond representa la total radicalización de la idea de Galileo tres siglos después: No hay más conocimiento que el mecánico, ni otra forma de pensar científica que la física-matemática[5].

La crítica de Bacon a Aristóteles será aún más radical. Bacon lo acusa de partir de supuestos prejuzgados que no pertenecen a la realidad del fenómeno. En Bacon sólo lo objetivo -aquello que puede ser mesurable mediante la matemática- es verdadero, y siguiendo esta premisa, todo lo subjetivo (aquello que el sujeto que observa o analiza aporta, el sentimiento, la percepción del color, del olor…) es falso.
En cuanto a la forma en la que se debía estudiar la Naturaleza, Bacon sólo mostraba interés en aquello recopilando la información de las particularidades de Ella. Con este método pretendía llegar a obtener las reglas generales para entender los fenómenos.

Esta obsesión por la objetividad que se instaurará con Bacon acaba expulsando al hombre de su relación con el mundo y éste queda reducido a lo material, a algo yermo y vacío. El hombre queda solo en el mundo. Un mundo que a su vez le es hostil y al que hay que conquistar y vencer, y al  cual sólo se puede acceder por medio de su propio pensar.  Este tipo de pensamiento será el que a lo largo de los siglos se irá erigiendo como  único pensamiento científico verdadero, y conlleva la creencia de  que el funcionamiento interno de la Naturaleza obedece a unas leyes cuya comprensión se puede llevar a cabo mediante la ciencia al estilo galileano, lo que permite prever su desarrollo.

La voluntad creadora del Dios medieval del cual emana todo, se asume como un principio genérico: Dios existe, pero a través de Él no se pueden explicar los fenómenos del mundo que nos circunda. Sino que se convierte en algo deseable pero cuya existencia no puede demostrarse, a diferencia de la Edad Media en la que la gran preocupación de la filosofía tomista era la demostración de la existencia divina.

Por otra parte el pensamiento cartesiano muestra la individualidad aislada del sujeto que piensa, en la que la duda lo es todo, no se afirma ni se niega nada, sólo se duda. Entonces, nos encontramos que  la  separación del mundo por parte del individuo se radicaliza hasta llegar al extremo en el que el Yo (y por tanto el intelecto), sólo se apoya en sí mismo y sólo confía en su propia actividad interior. En conclusión, obtenemos una supremacía del pensamiento cuantitativo, sobre el pensamiento cualitativo.

La culminación de este devenir del pensamiento aparece nítidamente en lo que se denomina la Ilustración, cuyo máxima manifestación será la Enciclopedia (D´Alembert, Diderot, Voltaire…) que recoge los conocimientos técnico-científicos de la época. La Ilustración supone el triunfo absoluto de la Razón que culminará con su entronización cuasi-divina  en la Revolución Francesa (la Diosa Razón).
A pesar de las esperanzas que la Revolución Francesa despertó  en muchos de los pensadores e intelectuales europeos de la época, pronto  llegó el desencanto: lo que inicialmente comenzó siendo un manifiesto de lo romántico en cuanto a las alusiones a la libertad tanto individual como nacional, fue derivando en una nueva forma de opresión (El Terror).

Con la llegada del Romanticismo se producirá un nuevo intento de dar visibilidad a todo aquello que en la época de la Ilustración había quedado sepultado en el olvido. Los románticos cuestionarán el progreso ilimitado que el racionalismo promulgaba. Cuestionarán la elevación de la Razón por encima de toda forma de pensar humana que no se reduzca a ella misma. La llegada del Romanticismo permitirá el ascenso del espíritu que se había visto silenciado con la llegada del pensamiento matemático y material.

El Romanticismo supone además, la vuelta a la Naturaleza, un giro a aquello que la Revolución había segado: la Naturaleza como ente creador con la que el ser humano debe relacionarse. Esto se ve claramente en las obras pictóricas de este período: paisajes de gran formato en los que hombre y mundo conviven en paz, la Naturaleza desatada, la insignificancia  del hombre frente a Ella…

En la descripción que hace H. Honour de un cuadro romántico del célebre Caspar D.Friedrich, encontramos esto que mencionábamos, resumido: “(…) paisajes marítimos veraniegos bajo la luna creciente y el lucero vespertino: sin viento, silenciosos y poblados por unas cuantas figuras solitarias de espaldas a nosotros y totalmente absortas en la muda contemplación de la Naturaleza”[6].

M. Rueda




[1] Rafael Argullol, Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza, Barcelona: Acantilado, 2013, p. 58
[2] Ibíd., p. 56
[3] John Berger, Modos de ver, Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 1975, p. 24
[4]Elio Franzini, La estética del siglo XVIII, Madrid: Visor, 2000, p. 24
[5] Raymond Burlotte, “Le goetheanisme, autre regard sur la nature”, Revue Triades  nº 32, 1984, pp.18-27
[6]Hugh Honour, El Romanticismo, Madrid: Alianza Forma, 2007, p. 79

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